martes, 29 de marzo de 2011

Dime una canción...

miércoles, 23 de marzo de 2011

Pues no pongo título

Hoy, en la cocina, con una copa de Barbadillo, me tomo una pastilla contra el dolor ajeno.
Una cosa lleva a la otra...Garcia Berlanga, su manerita particular de ver la vida...y con algunos pasos intermedios, acabo encontrando al niño Miguel.

A través de un documental titulado La sombra de las cuerdas, de Annabelle Ameline, Benoit Bodlet y Chechu García-Berlanga.

"La gente me llama loco,
por querer pintar estrellas,
por sentir que muero por dentro,
cuando estoy pensando en ella…







Las pastillas funcionan.

jueves, 17 de marzo de 2011

Casas

El piso alquilado de Lola.

Con un Seven abierto veinticuatro horas donde bajar las dos en camisón a por desayuno para diez, con periódico para que te lo quitaran de las manos, y tirarse en el sofá o en el suelo del salón con el sol alto ya.
Poner la mesa para los que vienen con luces de otro día, recogerse el pelo y las risas del desastre.

El de los Vega.

Que no era alquilado, ese era para los días de cocinamientos, o los de irse del de Lola porque no se cabía, o cuando no había ganas de recoger. Sólo de comida grasienta, cerveza tardía y peli de intriga, o de risa.
Tenían...tienen...piel de familia bien, y corazón canalla. De los de... portáos bien que viene mi padre a ver si nos renueva la licencia. El primero que diga algo del arresto domicilario me busca los trastos que me dejo en los bares de por vida.

El de la calle Serpis.
Desde sus ventanas abiertas para dar salida a la música y lo que no cabía dentro (y para avistar a León, cuando venía del poli doblao)....el bar cutre paraíso enfrente...donde las tapas eran a granel, porque en ningún sitio hubieran llamado a aquello tapas. Pero nos cuidaban.
Y cuando subían a la fiesta los ligues de turno...cerrad la puerta de la cocina y las clases de sevillanas para los que cocinan, que a las niñas y los niños que vienen no les gusta el olor a fritanga, de hecho no comen...y tú no vuelvas a poner esa canción, que se jode el ambiente. A la próxima rompo el disco.
La NASA a final de carrera cuando había que entregar proyectos, con ordenadores hasta en los pasillos, daba igual de quién fueran. Sobornar el plotter de detrás del Mestalla a las 3 de la mañana.

Casas, cosas...hay lugares donde se aprende la alegría gratis, y resulta ser como andar en bicicleta.

Y lo mejor...que de alguna manera, las tuvimos para llevarlas con nosotros donde nos restara.


domingo, 6 de marzo de 2011

"Borrascas perfectas.

He leído con atención tu carta. Hablas del mar y también de la borrasca en que te ves, de la incertidumbre y de la vida. Deduzco que eres muy joven, y hay algo que quisiera contarte sobre eso. Yo tengo 59 años y amo el mar, pero ya sólo navego por el Mediterráneo. Pasó la edad en que me seducían otros mares y otras costas. Con canas en la barba y arrugas en la cara acabé confirmando que mi verdadera patria es ese lugar viejo y sabio, memoria de velas blancas y naufragios, por donde vinieron los héroes, los dioses y las antiguas leyendas que me educaron con rumor de resaca, en playas donde, al fuego hecho con madera de deriva, hombres de manos encallecidas por remos y redes, piel curtida y ojos quemados de sal, fumaban tabaco negro, hervían calderos de arroz y asaban sardinas. Quien no conoce de esas aguas más que las orillas, las cree siempre apacibles, azules, de mansos amaneceres y rojas puestas de sol. Ignora que algunos de los más furiosos temporales pueden desatarse en ellas sin previo aviso: el mar golpeando de manera despiadada, voluble y traidor.

En realidad, ningún mar es mala gente. Es el viento el que lo hace peligroso y mortal. Pero, a diferencia del Atlántico, donde los temporales pueden a veces prevenirse en intensidad, trayectoria y duración, y donde la ola suele ser larga y tendida, más gobernable, el Mediterráneo desata su furia de improviso, con vientos inesperados y una ola corta, asesina, que machaca los barcos y agota a quienes los tripulan. Viví entre marinos desde niño, y me crié con relatos de buques y mar. Nunca olvidé el respeto con que viejos capitanes, curtidos en todos los océanos, hablaban de la mar terrible que los temporales del norte levantan en el golfo de León. Después, con el paso del tiempo, yo mismo tuve ocasión de comprobar en persona cómo es capaz de golpear el azul Mediterráneo cuando se torna malhumorado y cabrón. Cuando se pone barbas grises.

De una de esas situaciones hablé aquí alguna vez: fue a bordo del petrolero Puertollano, navidad de 1970, y tuvimos una mar horrorosa doblando el cabo Bon, frente a la costa de Túnez, con olas de diez metros y viento que en la escala Beaufort se conoce como temporal duro, de fuerza 10. En otras ocasiones tampoco escapé a los temibles mistrales del golfo de León o a las noroestadas duras del canal de Cerdeña; con la angustia que supone, en esos casos, estar al mando de tu propio barco, tomando las decisiones, y que éste sea un velero con tripulantes de cuyas vidas eres responsable. Y te aseguro que un mistral de fuerza 8 pegando en la amura de estribor durante horas, con sólo una trinquetilla arriba, la mayor reducida al último rizo y el barco -valiente, fiel y marinero, bendito sea- navegando a ocho nudos escorado hasta el trancanil, dando pantocazos, macheteando entre rociones y rachas la maldita ola corta mediterránea, es algo que, por mucho que ames el mar, puede hacerte renegar de él, de los barcos y de la madre que te parió.

Sin embargo, hay algo bueno en eso. Cuando todo acaba felizmente, si el barco navegó bien gobernado y estás a salvo en aguas tranquilas, hay algo que caldea tu espíritu con legítimo orgullo: pasaste la prueba. Llevaste a puerto el barco, a los tripulantes y a ti mismo. Eres marino. Hiciste las cosas como debías, y ahora estás a salvo. Librado a tus propias fuerzas, con los dientes apretados, sin aspavientos, estuviste allá lejos, donde nadie puede decir basta, oigan, paren esto que me bajo. Y, por mucho título de capitán de yate que tengas en casa, posees el mejor certificado náutico del mundo: saliste vivo, con tu barco. Porque si es verdad que el mar, cuando se lo propone, acaba matando a cualquiera, incluso al mejor marino, también es cierto que primero liquida a los torpes, a los arrogantes y a los imbéciles; a quienes carecen de la suficiente experiencia o la humildad -que allí son sinónimos- para comprender que el mar, reflejo exacto de la vida, con sus borrascas imprevistas y sus arrecifes acechando en alguna parte, es lugar peligroso. Y que una saludable y constante incertidumbre, la desconfianza de quien se sabe siempre en territorio enemigo, ayuda a mantenerse vivo.

Y, bueno. Eso es todo, o casi. Sólo quería decirte que, lo mismo que el mar, espejo de la vida, también la tierra firme -engañosamente firme- tiene borrascas perfectas que discurren por el corazón del ser humano, probándolo, tanteando su resistencia y su coraje. Y que no hay mejor adiestramiento y ojo marinero para enfrentarse a ellas, aparte una saludable incertidumbre, que la lucidez, la tenacidad y la cultura. Ellas te ayudarán a sobrevivir entre tus particulares temporales de fuerza 8. Y en el peor de los casos, si no queda otra, a perderte con tu barco luchando hasta el final, silencioso y sereno como un buen marino. Con el consuelo de que lo hiciste todo lo mejor posible. "

A. Pérez-Reverte.