jueves, 17 de marzo de 2011

Casas

El piso alquilado de Lola.

Con un Seven abierto veinticuatro horas donde bajar las dos en camisón a por desayuno para diez, con periódico para que te lo quitaran de las manos, y tirarse en el sofá o en el suelo del salón con el sol alto ya.
Poner la mesa para los que vienen con luces de otro día, recogerse el pelo y las risas del desastre.

El de los Vega.

Que no era alquilado, ese era para los días de cocinamientos, o los de irse del de Lola porque no se cabía, o cuando no había ganas de recoger. Sólo de comida grasienta, cerveza tardía y peli de intriga, o de risa.
Tenían...tienen...piel de familia bien, y corazón canalla. De los de... portáos bien que viene mi padre a ver si nos renueva la licencia. El primero que diga algo del arresto domicilario me busca los trastos que me dejo en los bares de por vida.

El de la calle Serpis.
Desde sus ventanas abiertas para dar salida a la música y lo que no cabía dentro (y para avistar a León, cuando venía del poli doblao)....el bar cutre paraíso enfrente...donde las tapas eran a granel, porque en ningún sitio hubieran llamado a aquello tapas. Pero nos cuidaban.
Y cuando subían a la fiesta los ligues de turno...cerrad la puerta de la cocina y las clases de sevillanas para los que cocinan, que a las niñas y los niños que vienen no les gusta el olor a fritanga, de hecho no comen...y tú no vuelvas a poner esa canción, que se jode el ambiente. A la próxima rompo el disco.
La NASA a final de carrera cuando había que entregar proyectos, con ordenadores hasta en los pasillos, daba igual de quién fueran. Sobornar el plotter de detrás del Mestalla a las 3 de la mañana.

Casas, cosas...hay lugares donde se aprende la alegría gratis, y resulta ser como andar en bicicleta.

Y lo mejor...que de alguna manera, las tuvimos para llevarlas con nosotros donde nos restara.


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