domingo, 4 de agosto de 2013



Y llega un día, cuándo estás tumbado en el suelo protegiéndote los órganos vitales, que te dan el gratuito, ése que no hacía falta. Porque crees que donde más dolía no iba a ser, y lo más vulnerable, queda al descubierto, lo que quedaba de la confianza inocente. Y es justo ahí donde llega, agresivo, sin piedad, destructor.
Mi toalla, cerca, para tirarla al ring. Blanca, limpia porque no se puede pelear si es demasiado sangriento. Siempre guardo una lavada recién.
Esta vez, por el frío, me servirá de arrullo, acurrucada, sin soltarla...para tener algo donde agarrarme cuando aún aturdida, intuya que tal vez sirviera para secarte la cara y decir bajito...y yo también.
Ése es el penúltimo izquierdazo (bien dado, era fácil).
Las espuelas, casi siempre con púas, (por los porsiacasos, por si era indómita y salvaje, o peor...no te vayas a creer especial, que las botas las llevo yo desde hace años...). No había espuelas redondas y suaves para mí, no quedaban.
Una vez desmontada, cuando llevas el vientre sangrando por no obedecer, ko, rendida...el golpe gratis.  Para que el orgullo de todo lo anterior se vaya a la mierda y sepas que lo que queda es guardar ese trapo que resguardas. Que es tuyo y no depende de nadie que se mantenga limpio, sólo de mí, por eso no lo suelto.
Metáforas de boxeo y caballos, a los que, fuera ya de circulación, les queda la toalla con la que no se rindieron.

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